“soñé que podía volar,
y no era un sueño.”
y no era un sueño.”
Esta noche llueve por llover y nada más. Creo que la lluvia es sabia. Va y viene a su antojo. Viaja desde el cielo sin razones y sin pedir permiso. Simplemente se precipita, asomando su cuerpo mojado y al caer nos busca. Y cuando nos moja parece hablarnos. Me parece entonces que la lluvia no es casual, sino que viene a contarnos algún secreto. Y a menudo tiene algo nuevo para decir. Esa es la razón por la que siempre vuelve...
¿Vendrá por mí esta noche? ¿Tendrá algo para decirme?
Abrí la puerta y salí a caminar. Es lo que comúnmente hago cuando estoy triste, porque a mi tristeza no le gusta quedarse en casa. Y claro, lo único que sabe hacer la pobre es ponerse triste. Por eso me la llevo a pasear y a lo mejor logro distraerla un rato. Entonces nos vamos por ahí, mi tristeza y yo. Es muy lindo caminar cuando estamos tristes.
No recuerdo que ropa llevaba puesta, pero no dudo que mis zapatillas grises gastadas me acompañaban porque durante un largo rato fueron mis pies lo único que me llamó la atención. Tampoco sé cuanto tiempo habíamos estado caminando; pero al llegar a esa esquina sentí que era un buen momento para salir a volar.
Sí, cuando llueve y estoy triste yo prefiero volar. Es un gran alivio poder mirar la ciudad desde allá arriba sin que nadie se dé cuenta. Espiar al mundo desde el cielo sin que lo sepan; estar presente desde lo alto sin que se enteren.
Me gusta observar a la gente moverse sin que ellos puedan verme. Y lo mejor, es que no necesito esconderme, porque cuando llueve casi nadie mira el cielo.
Las personas están demasiado ocupadas en resguardarse de la lluvia; no quieren mojarse. No saben que la lluvia quiere hablarles. Todos se ven apurados. Se amontonan debajo de los techos o se ocultan detrás de sus horribles paraguas. Así nunca van a poder escucharla.
Nadie quiere detenerse a mirar el cielo. Parece que el gris mojado no les interesa. Se desesperan por subir a los colectivos, putean, se chocan, se pelean por los taxis. Quieren regresar a sus casas para encerrarse frente al televisor. Piensan que así están a salvo.
¡Qué lástima! Ya casi nadie mira el cielo. Y si por casualidad, alguien me descubriera allá arriba, no creería en mí. Estoy seguro de que no aceptaría la idea de que alguien como yo pudiera estar volando así, tan tranquilo, con las zapatillas mojadas y sin un paraguas.
La gente no sabe que los chicos vuelan; o mejor dicho, muy pocos se atreven a darse cuenta. Pero para mí es tan fácil... Será que estoy acostumbrado.
A veces no me doy cuenta cuando estoy listo, pero apenas me vienen esas ganas incontenibles (sólo comparables con las ganas de llorar) me descubro en el aire, flotando, igual que si estuviera nadando en el cielo (aunque ni siquiera aprendí a nadar allá abajo).
Y no crean que soy uno de los personajes que ilustran los libros fantásticos ni que vemos en las pelis de ciencia ficción. No se confundan. Yo soy un chico normal (creo) que cuando está triste y llueve, simplemente prefiere volar...
Vos me entendés, por eso decidí salir a buscarte.
Esta noche sigue lloviendo y yo vuelo porque la lluvia me deja. La lluvia vino a encontrarse conmigo y yo la escucho, porque la lluvia sabe.
Entonces la lluvia por fin me cuenta (yo ya lo sospechaba); me dice lo que vino a decir (y yo le creo); me lo confirma, me lo repite (y me río) porque me hace feliz enterarme que en alguna otra parte de la ciudad vos también estás volando.
Y es seguro que todavía estarás riendo (creo que puedo escuchar tu risa) porque nuestra lluvia además me dijo, que a vos ya te lo contó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario