Desde siempre, los días tienen colores. A ver, quiero decir, desde que me aprendí los días de la semana los identifico inevitablemente con un color. Tengo la extraña convicción de que cada uno de ellos está caprichosamente representado por un tono. Relación ésta tan extraña como incuestionable y que además a mi entender nadie debería poner en duda.
Así, mis lunes son de color gris azulado; los martes se me aparecen algo amarillentos o anaranjados; los miércoles y jueves se suceden en la gama de los marrones, aunque los jueves, irremediablemente, siempre algo más oscuros. Los viernes gozan de la plenitud y simpleza del blanco, los sábados siempre fueron de color rosado, tirando a fucsia y los domingos de un azul intenso y brillante. Siempre fue así. Aunque casi nadie lo comprenda. Y si digo casi nadie es porque existe alguien en el mundo que posee la misma excéntrica visión, claro que con algunos matices diferentes y en otros tonos. Y otros agregados irracionales tanto más insólitos, como por ejemplo, ligar lugares o viajes por ruta con un lavarropas o con el pelo de una tía abuela muerta. En resumen, las asociaciones son variadas y cada cual asocia como se le antoja.
La cuestión aquí sería tratar de identificar este asunto de los colores y los días con algún significado más o menos coherente o al menos interesante, tarea a la que no había decidido dedicarme en todos estos años que llevo sabiéndolo, sino hasta hace algunos minutos antes de comenzar a escribir este comentario.
Claro que la única explicación posible debería ser inventada y hasta el momento no se me ha ocurrido ninguna, por lo pronto todas me resultan insuficientes y absolutamente innecesarias.
1 comentario:
Gracias por poner en palabras verdades compartidas! me encantó...
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