viernes, 19 de febrero de 2010
Diálogos y explicaciones en Parque Chas
Viernes 10 am:
- Hola, Hugo.
- Hola, Mari, ¿qué hacés? (que mi vecino me diga "Mari" es largo de explicar, pero explicarle a él qué hacía yo un viernes a la mañana en el barrio era mucho más largo aún, así que lo miré con cara de vecina que solo está entrando a su casa con su bebé dormido en el cochecito).
- ¿Qué? ¿Te lo quisieron robar? (se refería al auto, no al bebé). Los dos miramos mi auto estacionado en la puerta de mi garage, a 45°, esto es, trazando una diagonal perfecta con el cordón de la vereda, la rueda trasera subida al mismo, y la trompa del auto apuntando a la puerta de la casa de doña Mariángeles, mi vecina de enfrente. (Señores, vivo en un pasaje por lo que la distancia a dicha puerta, cabe aclarar no es muy amplia).
- No, no. Lo que pasa es que ayer llegué apurada y lo estacioné así nomás... pensando que después salía a acomodarlo... (Hugo no me dejo terminar la explicación, no le hacían falta los detalles).
- ¡Ah! No, está bien como lo ví así, "en plena calle" pensé que te lo habían querido afanar...
- No, Hugo. No te preocupes, ¡gracias!
- Chau, Mari.
Aquí termina el diálogo, pero no las explicaciones (que en mi vida siempre son muchas).
“Mari” es mi hermana que se llama Mariana. Mi mamá no le puso María Ana porque le iban a decir Anita y no le gustaba, al fin, algunos le dijeron Marianita y con eso mamá parece que se quedó contenta, pero nunca se lo pregunté.
A mi me puso María Marta, manteniendo la costumbre de ponerle María a todas sus hijas mujeres (excepto a Marianita, claro). Pero recién a la tercera (o sea a mí) decidió regalarle su propio nombre, el muy contundente: Marta. Eso sí se lo pregunté y dice que no sabe por qué. Mi mamá es un poco escueta en sus explicaciones, a veces. Una lástima.
Bien. El caso es que al tener dos nombres y rechazar sistemáticamente el segundo usado individualmente, no sé si por ser el de mi madre o qué, ya de grande y cansada del Martita opté por la forma tan limpia y eficaz del María a secas para presentarme en sociedad. Por eso mis compañeros de trabajo y mi vecino Hugo me saludan con un simple ¿Qué hacés, Mari?
Y yo, sin decirles nada, respondo. Mientras me cuento mil veces la misma historia, pienso en mi hermana, en mi mamá, en mis secretos... y abro la puerta de casa como si nada.
La historia del auto y los 45°, también tiene por supuesto su explicación y es que ayer fue un día másomenos así:
Noche de insomnio. Bebé ruidosito. Mocos molestos. Mamá molesta. Mamá pensando. Marti pensando en bebé molesto, trabajo molesto, mamá cansada. Vicky durmiendo, hermosa princesa que descansa. Papá acomodado en un sillón para dejarle lugar en la cama al bebé que necesita su lugar y un poco de mimos. Mamá le hace mimos pero ella no duerme, ¿necesitará mimos también?. Seis de la mañana; bebé despierto, mamá dormida, fórmula equivocada.
Siete de la mañana: Vicky despierta, papá despierto, mamá enojada.
Hernán dijo unas palabras mágicas parecidas a me quedo en casa yo y me liberó para irme a trabajar como si nada pasara. Todo pasa.
Auto viejo, vida nueva. Viaje al centro. Viaje al centro de mi mundo. Al epicentro de la vida laboral moderna. Editorial sin línea editorial. Editorial vacía de contenidos. Contengo el aliento. ¿Pensar antes de actuar?
Canción adecuada. Momento feliz. ¿Siempre habrá que caer bien parado?
Planillas, horarios, números, mensajes. Siete millones de pesos, ¿no es mucha plata? Pelea perdida. No te preocupes, yo te lo soluciono, ya lo llamo. Todo ya.
Aliento y buenos deseos a una persona necesitada. Almuerzo con la persona indicada.
Ánimos, cansancios y esperanzas esperando. Jacinta vacía mi cesto de papeles y se lleva las últimas fuerzas depositadas dos años atrás. Jacinta lo sabe.
¿Cómo están tus hijos? Bien, hermosos, gracias.
¿Cómo están mis hijos? mamá cansada, mamá confundida, marti también.
Reunión con todos: reunión con unos, reunión con otros. Soy una jefa vulnerable, una jefa confundida. Y decido que lo sepan. Que todo siempre se sepa. Mañana no vengo. Esta jefa flaca y sensible se va.
"Me llaman cualquier cosa". Mi gente me despide con un “andá tranquila, Mari” que me hace llorar.
“Tlanquila, mami”. Pienso. Tlanquila.
Aire húmedo en Monserrat. Calor. Aire acondicionado roto. Auto viejo, vida vieja.
Paro en un semáforo. Luz verde para llorar. En Belgrano también hace calor pero el helado me ayuda. ¿Todo bien en casa? Sí, mi amor hacé tranquila. Santo varón que me acompaña.
"Bueno, llorá", me dice al rato mi terapeuta. Y le cuento el cuento. Mi cuento más profundo. El único que vale la pena contar. El cuento de lo que estoy viviendo.
Llego a casa. Victoria me invita a la bañadera. Mamá limpita, mamá feliz.
- Estoy triste (le digo).
- ¿Por qué no hay más abrazos? (me pregunta).
- … (no me da tiempo a pensar).
- Siiiiií, hay abrazos. Esto es un abrazooo (me grita mientras sus bracitos me buscan y nos hundimos en el agua fresquita).
Joaquín me llama desde su sillita. Ya voy, pequeñito, ya voy.
Mi marido me alcanza la bata, pone la mesa y prepara la cena. ¿Santo o redentor?
Mañana no voy a trabajar, ya le avisé a los astros.
Uf. Esta es la historia de mi apuro, de mi vida vivida cada día.
Espero que al leer esto, entiendan por qué dejé el auto estacionado a 45º. Y entiendan por qué eso era lo de menos.
Igual ya lo acomodé, sino qué irán a pensar los vecinos.
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