martes, 21 de septiembre de 2010

Principios, peces y finales



El diario Perfil, en su suplemento Cultura de los domingos, publica un cuestionario a escritores

-reconocidos y no tanto- interrogándolos acerca de sus primeras lecturas, sus autores favoritos vivos (no como los dinosaurios de Susana), sus candidatos al Nobel, sus libros inconclusos y alguna otra consabida pregunta del ambiente. La que más me gusta -por supuesto- es la pregunta final, que a pesar de ser la última es una pregunta sobre el comienzo.


¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?




Siempre me respondo que el mío es: "Lo que abyectamente me hacía falta era sol" del cuento Los ritos de Abelardo Castillo. No encontré hasta ahora uno que me conmoviera más. Y no tengo demasiadas dudas al respecto, hasta ahora.



Pero si hay un comienzo (muchos comienzos) es porque habrá muchos finales. Elegir uno entre tantos será una tarea tan peligrosa que quien pensó el cuestionario no debió atreverse a plantear. O no le entraba en el espacio de la columna, o no le resultaba interesante, o no quiso arruinarnos los cuentos, quien sabe. Yo me lo pregunto aquí, como me lo pregunto cada domingo.


Y aun no sé cuál es mi final favorito, no puedo decidirme. Pero puedo, mientras tanto, escribir caprichosamente el final de un cuento que releí hoy -reciencito-, del simplísimo libro Un pez en la red, de un señor que -dicen los que lo conocieron- era un tipo interesante.



"Gasto toda mi plata y mientras me acomodan el mundo en una caja pienso la vuelta a casa más seguro con el día hecho a salvo todo más en su lugar mejor que antes o que otras veces o que algunas. Sí. Algunas veces."




Norberto Uman, "Cientos de Mermeladas".

2 comentarios:

Flavia dijo...

Ese me enseñó a jugar a la canasta. En realidad me enseñó mi abuela Dora, pero como era muy tramposa me enseñó con algunas reglas inventadas por ella, que las acomodaba según su conveniencia. Norberto se tomó el trabajo, una tarde de sábado de sol, de enseñarme cómo era el juego en realidad.
Gracias por traerme tantos recuerdos.
Yo no tengo su libro ¿me lo prestás?
Besos.
Flavia

Marti dijo...

Claro, te lo presto. Y te llevo el de Gödel (eso sí de ese te debo el comentario).
Mi abuela, a las trampas en la canasta las llamaba "engañapichangas", ¿habrán sido todas tramposas?
un recuerdo por otro
beso