domingo, 19 de diciembre de 2010

"La única manera de dejar de sufrir consiste en dejar la cabeza vacía. La única manera de vaciarse la cabeza hasta el fondo consiste en ir lo más deprisa posible, lanzar tu caballo al galope, encararte contra el viento, no ser otra cosa que la prolongación de tu corcel , el cuerno del unicornio, con la única misión de atraversar el aire, hasta la lucha final en que el éter vencerá, en la que el jinete y su montura, perdidos en su propio desbocamiento, se verán desintegrados y absorbidos por lo invisible, aspirados y pulverizados por los Ventiladores.


Elena era ciega. Este caballo es un caballo. Desde el momento en que existe liberación por la velocidad y el viento, existe caballo. No llamo caballo a lo que tiene cuatro patas y produce cagajón, sino a lo que maldice el suelo y me aleja de él, a lo que me levanta y me obliga a no caer, a lo que me pisotearía hasta la muerte si cediera a la tentación del fango, a lo que me hace bailar el corazón y relinchar el estómago, a lo que me transporta a una velocidad tan frenética que tengo que cerrar los párpados con fuerza, ya que la luz más pura nunca deslumbrará tanto como la bofetada del aire.


Llamo caballo a ese irrepetible lugar en el que es posible perder todo anclaje, todo pensamiento, toda conciencia, toda idea de mañana, para convertirse sólo en un impulso, para ser únicamente algo que se despliega.
Llamo cabalgada al espíritu que se precipita con la fuerza de sus cuatro herraduras , y sé que mi bicicleta tiene cuatro herraduras y que se precipita y que es un caballo.
Llamo jinete a aquel cuyo caballo le ha salvado del hundimiento, a aquel cuyo caballo le ha dado la libertad que le zumba en los oídos.
Esa es la razón por la cual nunca un caballo ha merecido tanto el nombre de caballo como el mío."






Amélie Nothomb, El sabotaje amoroso

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