martes, 3 de mayo de 2011

Dos hermanos, dos libros, la lluvia y el sol





"Este es, en definitiva, uno de esos proyectos que me llevará toda la vida;
y que, como dice la frase final del libro,
algún otro se ocupará de continuar.
Qué… ¿tampoco se puede contar el final del libro acá?"
Juan Martín Rodríguez Denis





Mi abuela Chola decía siempre cuando contaba su historia: “Tengo diez hermanos y uno muerto”. Lo decía en presente, aunque los diez que había tenido también estuvieran ya muertos al momento en que lo decía. Quería decir que había compartido su vida con diez hermanos, además de haber tenido uno por un breve tiempo, que había fallecido de pequeñito. Pero esa era su muletilla de dolor. Una especie de karma fraternal no resuelto. Me decía tantas cosas su manera de decirlo.
Cuando me preguntan cuántos hermanos tengo, todavía me confundo. ¿Tengo o tuve? Y no se trata de un tiempo verbal. Esa duda no está en los manuales de estilo. Es mucho más profunda.
“Somos seis”, me había aprendido. “Éramos siete pero perdimos una hermanita de chicos” –agregaba solo en muy pocas ocasiones cuando mi interlocutor merecía más datos. Durante tantos años fue tan efectiva mi muletilla para explicar el dolor, y se me había hecho tan muletilla, que aún me cuesta deshacerme de ella y no le encontré reemplazo. “Quedamos cinco”, digo irónica –acordándome de la canción esa de los diez perritos que van desapareciendo de a uno–. Y casi enseguida descarto la frase por efectista o patética (solo la reservo para el interlocutor avanzado, ese que sabe de todos los colores del humor, de todos los sabores del dolor). Al resto les digo (después de hacer –no sin esfuerzo– un breve raconto): “Tengo tres hermanas mujeres y un hermano varón, todos vivos”. Punto. Fin de la ironía y del dolor. Y ahí nomás me acuerdo de mi abuela.
Esto viene a cuento, pero lo que quiero decir hoy es otra cosa. Es más o menos esto: Tengo –entre mis cosas guardadas en cajas– dos textos que escribieron mis dos hermanos. Yo quiero darles luz, para ellos y para mí. Y qué importa si uno de ellos ya no está. Las páginas sí están y sus palabras me dicen mucho. Tendré que saber esperar el momento oportuno.


Dos hermanos, dos libros. Uno muerto, uno vivo. Tengo mucho por hacer.
¡Uy! Ya no llueve. Salió el sol. Mi escritura es una fiesta.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Si te sirve, yo estoy más vivo que nunca y, sin dudas, el que primero merecer ver la luz es el de Juan. El mío tiene una vida para ver la luz, yo la estoy viendo de a poquito y seguro que mis escritos también lo harán.
Con respecto a cómo explicar mi cantidad de hermanos, lo mío es más simple: cuatro hermanas y ya. Salvo que sea alguien que valga la pena (cada vez menos gente), no hace falta explicar mucho más.

Excelente relato, hermanita.
Tu hermano vivo (je!)

Marti dijo...

Te quiero, son un bombón. Me iluminás la vida.