jueves, 18 de agosto de 2011

¿Para qué sirve una almohada?

para Mica, que probó.







Creo que llegó el momento de desplegar aquí mi teoría de las almohadas. Y es que yo creo que una almohada no es cualquier cosa. Una almohada es tal vez lo más especial o lo más propio que una persona puede tener. Sí, sí ya sé, me van a decir que es algo material, que las mejores cosas de la vida no son cosas… Pero metámonos dentro del universo de las cosas: los desafío a pensar en algo que los conozca más que su propia almohada. Y ahí nomás algunos me dirán el mate o la taza de café que se toman cada mañana, otros quizás digan que su objeto de compañía más cercano, más íntimo, es su bata de baño o sus pantuflas; y habrá los que sientan que su teléfono (el inteligente) es su mejor confidente.
Pero para mí la almohada es algo más. Y es tal vez lo que la almohada sabe. ¿Qué cosa nos hace mejor compañía? ¿Qué objeto inanimado nos banca más? ¿A qué nos abrazamos invariablemente en noches de insomnio, descanso o diversión? ¿Quién vive más de cerca nuestra vida horizontal?
Y si ya los convencí, ahora les agrego lo esencial: mi teoría dice que cuando las cosas se ponen incómodas, cuando no se sabe por dónde seguir, cuando no se puede descansar… hay que cambiar de almohada. Y no es una manera de decir. No es lo mismo que cambiar ninguna otra cosa.

No es que cambio mi almohada en cada crisis. No estamos hablando de crisis, eso es solo cambio de dirección; y hay almohadas muy buenas en el mercado que las acompañan muy bien (esto por supuesto lo tengo por demás comprobado). La teoría funciona solo cuando se trata de cansancios definitivos, de momentos en que no se puede hacer otra cosa más que cambiar de almohada, cuando no existe ninguna otra solución. Y es que no la hay. Esto es para mí lo sagrado de la teoría. Lo he recomendado a ciertos amigos y después de decirme (o no decirme) que estoy loca, algunos se tentaron y disfrutaron de una noche nueva, de una experiencia reveladora.

Prueben, yo sé lo que les digo.

Ah, no quiero olvidarme, el paso fundamental que me llevó a comprobar esta teoría es el suspiro que sube desde los pies y sale por la boca haciendo un ruidito socarrón en el preciso instante en que logramos liberarnos de la almohada vieja.

3 comentarios:

nicolás schuff dijo...

Me acuerdo de la ira que sentí y le expresé a mi pobre madre cuando, creyendo hacer un bien, se deshizo (aprovechando mi ausencia durante unas vacaciones)de la gastadísima almohada de gomaespuma que me acompañaba desde niño, a cambio de una nueva y más mullida.
Fue un verdadero duelo.

Por lo demás, te voy a hacer caso. Hace rato que venía rondando la idea. Tomo tu post como una señal. ¡Gracias!

Después te cuento.

Marti dijo...

Es que una de las premisas básicas es que la decisión es absolutamente íntima y personal... ¡Nunca de un tercero, y muchos menos una madre!

Adelante con la prueba, hombre.
¡desquítese!

anrok dijo...

Quizás cuando el insomnio aparece, es un síntoma de que la almohada ya no absorbe más nuestro ser, aquella otra parte nuestra que tampoco cabe en nuestro día a día.