lunes, 31 de octubre de 2011

El que quiera oír que lea

Esta noche iba a llegar. La pregunta iba a llegar. ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta? Nunca me la hicieron, nunca la contesté ni pensé en ello con algún sentido. Nunca le encontré sentido. Hasta esta noche.
Hay muchas palabras. Hay muchas tapas, muchas marcas, muchos signos de admiración, muchos recuerdos. Es mucho lo que me acuerdo de tantos libros. ¿Es realmente mucho lo que me acuerdo? Esta noche dudo.
Y esa es la primera pista.
Mañana no parto a una isla desierta pero voy a una conferencia que tiene como consigna previa la de llevar un libro que haya leído, que haya sido significativo en mi vida y del que me pueda desprender deliberadamente. No es poco lo que me piden. Es tanto que es más fácil descartar y me voy acercando...
Entonces mientras pensaba en la consigna me acordé de la consabida pregunta y me la hice, sin mayor sentido que el de responderla solo si se respondía sola, sin mi ayuda. Fue sin mirar, fue sin querer, fue sin leer. Casi diría que la respondí de oído.
Ordeno mis cosas, preparo la ropa y estudio las coordenadas para llegar a la isla, que espero no sea desierta. Es casi seguro que habrá otra gente, otros libros, otras preguntas, otros sentidos.

Y la respuesta por fin me habla: mi libro son las solitarias y contundentes Voces de Antonio Porchia, las únicas palabras que podrían salvarme de todo.
Esta noche estoy convencida de que es el libro más importante de mi biblioteca.
Y después de doce años de conservarlo decido deliberadamente que mañana me lo llevo puesto.



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