El domingo siguiente, la madre sacó afuera un ropero apolillado, para verlo bien al sol. No entendía bien qué objeciones producía ese ropero. ¿No era para guardar ropa, no cumplía su fin? Hasta aquí había servido en silencio y ahora ¿qué mierda pasaba? A lo mejor vendrían roperos nuevos que ella no entendería.
Hebe Uhart, La mudanza.
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