Tres meses. A la distancia podrá decirse que me tomé una segunda licencia por maternidad. O podrá decirse, en rigor de la verdad, que mandé todo al mismísimo carajo y renuncié a un laburo que no me daba ya ninguna clase de satisfacción personal ni profesional. Y entonces vino lo mejor. Con la excusa de ser mamá full time llegaron los paseos en bici, las clases de Yoga matutinas y hasta la gorra para la pileta. Las visitas a la abuela Marta fueron más relajadas y más seguidas, pude disfrutar más intensamente de mi rol de tía, amiga, vecina y ama de casa. Y por qué no decirlo, hasta supe esperar a mi marido con la comida lista y la nena bañadita un par de veces para terminar el día de la mejor manera.
No sé en qué momento exacto se rompió la magia, recuerdo un aviso publicado, un "enter", y un deseo inmenso de que ese puesto sea mio. Pocas semanas después me encontré recorriendo las guarderías del barrio desencajada en busca de una vacante, preguntando a dios y maría santísima para encontrar un alma piadosa que cuide a mi hijita y replanteándome millones de veces mi futuro como madre y como profesional.
Finalmente decidí volver a trabajar (ay, lo digo y se me viene la imagen de las ruedas de la bici pinchadas por el desuso). ¿Decidí levantarme a las siete de la matina, dejar a mi hijita “guardada” en una guardería y todo el día con otra gente? ¿Yo? ¿Yo, la libre demandada? ¿Yo, la abanderada de la vida barrial? Sí, señores. Lo decidí, como decido todo, sin decidirlo, solo dejando que las cosas pasen y que los sueños se cumplan. Siempre quise que mis hijos respondan en el colegio:
- Y tu mamá, ¿qué hace?
- Mi mamá hace libros.
Aquí me tienen, a punto de asumir el cargo de Coordinadora de producción de una importante editorial. (Eso, mi querida Victoria, es lo mismo que decir “mi mamá hace libros”).
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