Mi trabajo me condujo hacia el barrio de Almagro ayer. Almagro es el barrio dónde nací y viví los primeros años de mi vida. No ando mucho por allí últimamente. De golpe me invadió una sensación de nostalgia dulce o algo así. Caminaba despreocupada cuando noté que estaba en la cuadra de la que fue mi casa. Me paré frente al edificio donde vivíamos, primer piso por escalera, según recordaba. Enfoqué al balcón: cuenta la leyenda que mi mamá salía a hacer las compras y me dejaba en el balcón andando en triciclo mientras Franco, el almacenero de enfrente, me cuidaba. Es una leyenda un poco inverosímil ya sé, yo nunca me la creí del todo, o no quise creérmela, pero como suele suceder con las leyendas familiares (al menos las de mi familia)... nunca se sabe.
El caso es que para entretenerme mientras hacía tiempo para que me devuelvan un material, saqué una foto de la fachada del edificio y se las envíé a mis hermanas mayores (cuando vivíamos allí yo era la última así que no tenía sentido molestar a los menores con este asunto), imaginando que en medio de su jornada laboral caerían en una nube de nostalgia dulce como la mía, o al menos se tomarían unos segundos para responderme con algún comentario del tipo ahhh: pero no.
La primera en responder fue mi hermana M., quien me mandó un desafortunado no me acuerdo, che. Y entonces, como suele sucederme en los casos en que se juega la ubicación temporo-espacial, dudé de mí misma. Y chequeé con ella la información de la dirección exacta. Un lamentable error de memoria o de atención me había conducido a la cuadra equivocada. La foto correspondía a Humahuaca 3771, y no 3871. ¡Zas! Cien metros me separaban de mi casa. Cien metros que lo cambiaban todo.
Mi hermana había sospechado de qué iba la foto, pero lo había descartado porque no eran esas las aberturas. ¡Mi hermana reconocía con exactitud las aberturas del edificio sin estar ahí y yo ni siquiera podía recordar el edificio en vivo y en directo! Primero me reí, luego me amargué, luego me consolé diciéndome que era muy pequeña y que ella vivió más tiempo allí, y por fin me asusté: me sentí rara, como inexacta, como si hubiera visto a otra andando en triciclo. Enseguida todo se complicó aún más: me llegó un segundo mensaje de mi hermana A. que me decía algo así como si habrás pasado horas en ese balcón, o sea, ¡había caído en la trampa de mi inexactitud! Había visto otra foto, otra nena.
No supe cómo salir del brete, además justo el diseñador me avisaba que ya había terminado y yo tenía que regresar a mi vida de ahora, a mi barrio de ahora, a terminar mi trabajo. No daba demorarme por algo que no era tan importante. ¿No lo era? ¿Podría vivir siendo otra hasta la semana próxima que tendría que volver por allí?
Por suerte no tuve que esperar una semana. Un cambio de planes (¡Ay, hacer libros!) me obligó a volver por esas cuadras hoy y no pude resistirme: salí quince minutos antes con la firme misión de reparar el incidente. ¡Uy, qué alivio! Hoy saqué la foto correcta, enfoqué al balcón adecuado, y por fin, me vi ahí. Sentí que me reconstruía, que volvía a mi cuerpito de cuatro años, que había estado viviendo por un día otra historia, la historia de la nena de cien metros más allá.
Y por supuesto se me ocurrieron muchas preguntas: ¿Cuántos hermanos tendría ella?, ¿sería también la cuarta de muchos o sería tal vez la mayor de dos? ¿Dormiría en la cama de abajo o en la de arriba? ¿Dejaría que sus hermanas elijan primero las figuritas y se conformaría con la que le quedaba o sería más impetuosa? ¿Le gustaría tanto andar en triciclo? Y lo más importante, ¿quién la cuidaría a ella mientras su mamá hacía las compras?
Antes de regresar de mis preguntas y de mi viaje a la infancia, miré hacia la vereda de enfrente. Franco no estaba, ni siquiera su almacén: ahora hay un edificio de esos simplones que hacen las constructoras modernas.
Humahuaca 3871
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